Mendizábal había leído la noticia la noche anterior, antes de acostarse, pero no le había prestado una especial atención. La había leído, simplemente, entre otras informaciones y después había doblado el periódico con sumo cuidado como era su costumbre, y se había ido a la cama.
Ahora lo había recordado y de un salto fue
hasta el comedor y volvió con el diario.
Buscó la información y volvió a leerla. El
cable decía así: "Málaga, 19 (U.P.) El sábado por la noche numerosas
personas afirmaron haber visto maniobrar sobre el mar una flotilla de objetos
voladores que luego se perdieron en lo alto. Al parecer se han observado
fenómenos similares en diferentes ciudades de Europa y América".
Pequeñas anomalías ocurridas esa mañana
habían hecho que se acordara: primero fue cuando Delia le trajo el desayuno y
comprobó que ya eran las siete y media de la mañana.
-Son las siete y media -había dicho él,
mientras se incorporaba sobre un codo para poner la bandeja en el costado.
-Se me hizo tarde -aclaró ella- Tuve que
usar el calentador a alcohol.
-¿Por qué?
-No hay gas.
-¿Lo cortaron?
-Supongo que sí. Ayer estaban arreglando
las cañerías en la calle.
Pero después, cuando fue a afeitarse,
comprobó que tampoco había agua en el baño.
-¡Tampoco hay agua! -le dijo a su mujer.
-No. Tampoco. Deben estar arreglando los
caños de la calle. Tuve que hacer café con lo que había quedado en la pava.
-Es raro -se limitó a comentar él y trató
de peinarse y de lavarse los dientes con el poco de agua que había sobrado. Y
cuando por fin quiso prender la radio para escuchar el noticioso no tuvo más
remedio que aceptar que tampoco había corriente.
-Es demasiado -dijo entonces, y en ese
momento recordó la noticia: trajo el diario y se echó de nuevo en la cama.
-Aquí está la explicación -le dijo a
Delia.
-¿La explicación de qué? -dijo ella.
-De todo. ¿Te parece normal que corten el
gas, la luz y el agua, todo al mismo tiempo?
-Sí, creo que es normal -dijo ella-.
Siempre están cortando algo. Algún día tenía que faltar todo a la vez.
Mendizábal le leyó entonces, en voz alta,
la noticia que traía el diario. Recordó después que el día anterior había leído
algo parecido. Buscó en la pila de periódicos que había debajo del televisor y
no tardó en encontrar la página. También le leyó a Delia esta noticia:
"Ayer han sido observados siete gigantescos OVNIS en siete ciudades
distintas de América latina. Se trata, según las declaraciones de los testigos,
de platos voladores madres pues han visto desprenderse de ellos otras naves más
pequeñas que al cabo de realizar rápidos vuelos regresaron al aparato
principal".
-¿Y eso qué tiene que ver? -dijo ella.
-Son los marcianos. Al fin nos han
invadido.
-Estás loco -dijo Delia-. Vestite de una
vez y andá a trabajar. Ya van a ser las ocho.
-¿Dónde está la portátil? -preguntó él.
Buscó en el ropero y sacó la pequeña radio
a transistores que en vano intentó hacer funcionar: ningún sonido partía del
diminuto parlante.
-¿No te lo dije? -insistió con maligna
satisfacción-. Las radios han dejado de transmitir. Toda la ciudad está en
poder de los marcianos.
-Las pilas están gastadas, eso es lo que
sucede. Desde el año pasado que no las cambiamos.
-Vos a todo querés encontrarle una
justificación. Pero yo te lo puedo asegurar: han bajado a la Tierra y están
ocupando todos los países.
Salieron al balcón y desde aquel tercer
piso pudieron contemplar la calle desierta, los frentes de los negocios
cerrados, los autos inmóviles, vacíos junto a las dos aceras.
En la esquina un policía cruzó la calzada
y se detuvo un momento sobre el cordón, con una pierna en alto, y después
desapareció detrás de la ochava. Pasó un ómnibus con tres pasajeros estáticos,
absortos, que miraban con fijeza hacia adelante como tratando de reconstruir
mentalmente y esforzadamente algo. Pasó también una camioneta conducida por una
monja y donde viajaban cuatro monjas más.
-¿Viste? -dijo ella.
-Mirá -dijo Mendizábal-. Los negocios
están cerrados.
-Siempre están cerrados a esta hora -dijo
Delia-. Es mejor que te vayas enseguida.
Lo empujó hacia la puerta mientras le
ayudaba a ponerse el saco, y después lo oyó bajar las escaleras porque el
ascensor, por supuesto, no andaba.
Cuando se vio sola fue hasta el teléfono y
levantó el auricular: en efecto, no había tono; discó dos o tres números y
constató que habían cortado la línea. Se asomó nuevamente a la calle y pudo
divisarlo a él cuando llegaba a la esquina y doblaba por la avenida para
esperar el ómnibus. En ese preciso momento una señora gorda volvía del mercado
con un bolso repleto y después de cruzar se fue acercando con toda parsimonia
por la vereda de enfrente. Delia cerró las puertas del balcón y fue hasta la
cocina de donde regresó con el escobillón y un trapo para la limpieza,
No había terminado de tender la cama
cuando sintió el golpe de la puerta al cerrarse; y Mendizábal se precipitó en
el dormitorio y se lanzó sobre el ropero de donde, después de subirse a una
silla, empezó a sacar cosas atropelladamente. Tiraba mantas y valijas sobre la
cama. Delia se había quedado allí tiesa, tensa, con una almohada en las manos y
la boca entreabierta.
Alberto Vanasco (nació el 18 de febrero de 1925, en Buenos Aires y
murió en la misma ciudad, el 11 de mayo de 1993) fue un novelista, cuentista,
dramaturgo y ensayista. Formó parte de la vanguardia literaria argentina de los
años 50 del siglo XX. En sus libros, recurrió a todo tipo de innovaciones, como
lo hizo en la novela Sin embargo, Juan vivía.
Entre otras obras, escribió: Los
años infames; Memorias del futuro; Otros verán el mar; Al sur del Río Grande;
Sin embargo Juan vivía; Para ellos la eternidad; Los muchos que no viven.